La vida es eso que pasa sin que nos demos cuenta. Y que, cuando nos damos cuenta, es tan tarde que nos gustaría viajar atrás en el tiempo para “arreglar algunas cosillas” que no hicimos en su momento. Yo no soy menos, y también me pasa. Constantemente. Sin embargo, no todas las decisiones que tomamos durante nuestra edad adulta son malas. Ni mucho menos. De hecho, me atrevería a afirmar que las buenas son muchísimas más que las malas, solo que estas últimas perduran más en el tiempo por esa maldita capacidad que nuestro cerebro ha adquirido durante millones de años de evolución: la memoria. Un amigo psicólogo siempre me dice que tendemos a olvidar las cosas malas antes que las buenas, porque del mismo modo que nuestra mente tiene a bien recordar cosas, tampoco es tonta y no le gusta autoflagelarse en exceso.
En abril de 2014 yo estaba en un momento de esos de mi vida en los que veía que algo iba a pasar, y que no era precisamente bueno. Así, antes de la Semana Santa, me comunicaron en el trabajo que no volviera, que había que recortar plantilla y que yo era el primero de la lista. Finiquito y pa´ casa. Lo acepté y asumí, pero durante esa última semana y media me dediqué a pensar por qué había pasado. Me empecé a intoxicar con la información que empezaba a salir en las noticias con la que los liberales hicieron de su corrupción mi tumba laboral. Más beneficios. Siempre más que el año anterior, o igual, al menos. Y entonces empecé a escribir lo que me salía del hígado. Mi alcance por aquel entonces estaba más cerca de 0 personas que de 10. Y aunque a algunos les gustaba, a otros no tanto. Mientras en el blog hablaba exclusivamente de política, en el perfil de Twitter que creé comentaba cosas curiosas que encontraba a golpe de Google. Un camino que inevitablemente hube de separar allá por 2016, cuando mi cerebro estaba más reposado y pregunté a los 2.000 seguidores que tenía cuando eso a ver qué preferían. Se conoce que la gente estaba aburrida de tanta mala noticia y si me hacían caso era porque aportaba otras cosas a su timeline que no fueran enlaces a las disertaciones de mi blog.
Cambié el tercio, aunque todavía hoy asoma de vez en cuando el empleado de ETT que quedó dentro de mí después de estar casi 15 años trabajando con contratos “Fin de obra”. Ya sabéis, la memoria… pero con ese cambio de tercio, mi repercusión también cambió. De repente, cosas emocionantes empezaron a ocurrir en mi yo virtual, a pesar de que la vida real fuera lo dura que fue durante aquel período. Empecé a valorar que hubiera gente por todo el mundo a la que lo que alguien como yo tuitease les pareciera interesante. Comentaban, daban ánimos, debatían. Los modernos lo llaman “crear una comunidad”. Hoy, con la cabeza mirando hacia atrás veo como 50.000 personas siguen un perfil que tendrá sus cosas buenas y sus cosas malas, pero que jamás ha engañado a nadie, creo. Un tipo raro, de izquierdas (que a veces lo hace saber aunque no debiera), que encuentra vídeos y fotos en la web y los sube a Twitter relacionándolos con temas variados que cada vez tienen más adeptos en esa red social. En ellos, normalmente, la física duele, la química sorprende, la geología se concibe y la biología fascina… no sin haber lecciones de vida, reflexiones, o refranes descritos gráficamente.
En cierta ocasión, de potes con Eneko (@becarioenhoth) y el flamante presentador del programa de divulgación científica «Órbita Laika», Eduardo Sáenz de Cabezón (@edusadeci), durante el patrón para comer de Naukas en Bilbao, comenté que muchas veces no consigo explicar lo que aprendo porque no entiendo de todo -de hecho, no entiendo de casi nada-, y Edu me dijo que eso era bueno, y que hiciera virtud de ello. Que, a veces, explicar matemáticas a alguien no interesado tiene que hacerse yendo a su terreno, bajando al barro del vocabulario coloquial. Y que el hecho de no tener formación podía ser una carta muy buena a jugar. Entender un concepto complejo desde mi punto de vista no-iniciado puede hacer que alguien sin formación como yo lo entienda también si se lo explico como yo lo he entendido. Me pareció que tenía sentido lo que Edu me dijo en aquel bar de la Plaza Campuzano de Bilbao, y me animó mucho a seguir con esta historia.
Hoy hace cinco años.
Un lustro de Leonardo D´Anchiano, con miles de personas sabiendo de mi existencia y con pequeños aportes en un mundo en el que cada vez que tengo que buscar algo de info para ilustrar un vídeo me siento un intruso, además de un perfecto ignorante... pero que va poquito a poco labrándose una identidad que la vida le ha permitido. Quién me iba a decir que en cinco años publicaría para una revista como Principia Magazine (@principia_io), o que tendría una línea de diseño de camisetas frikis para Nabla (@delnabla), o que personalidades de muchos ámbitos considerasen interesante mi perfil, e incluso mi persona una vez desvirtualizados. Celebrities, políticos, artistas, catedráticos de universidad, youtubers, profesores de instituto, periodistas, hombres y mujeres del tiempo… para mí es todo un orgullo, y si mi madre a sus 85 años o mi padre a sus 88 concibiesen el concepto de “crear una comunidad” que no sea la de discutir entre vecinos, seguro que estarían orgullosos de mí también.
Muchísimas gracias a todos y ¡¡larga vida a Leonardo D´Anchiano!!